Ven a conocer nuestro pequeño paraíso, como nos gusta llamarlo, con una ruta de agroturismo diseñada para todos los públicos.
Recorridos llenos de sensaciones por una singular dehesa de montaña, en contacto con animales y plantas.

jueves, 9 de julio de 2009

Nuestro amigo Francis Lloret.

Ya os aviso que este artículo va a ser largo, largo, laaaaargo, pero no hemos podido resistir la tentación de escribirlo.

Uno de los personajes más auténticos e interesantes que conocimos en nuestra época de las rutas y la tienda de naturaleza fue Francis Lloret, un francés enamorado de España. Un día se dejó caer por nuestro pueblo en busca de artesanía de la zona y, al pasar por delante de nuestra tienda de naturaleza, le sorprendió que hubiera un local así en un pueblo tan pequeño y entró. Fue dónde nació nuestra amistad.

En ese momento, a parte de otras, tenía una dedicación bastante curiosa a la que, después de conocerle, sacamos bastante partido en nuestras rutas. Había venido a España con un stand a la feria de Biocultura que se celebra en noviembre en el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo de Madrid y seguro que los que hayáis asistido a esa feria por aquel entonces (años 2002 a 2004) le recordáis, ya que su stand era, con mucho, el más sonoro de la feria, vendía reclamos de pájaros, no para cazarlos, ¡POR SUPUESTO!, sino para hablar con ellos.

Los reclamos los hacía su amigo François que vive en un pequeño pueblo de Francia del que, según cuenta Francis, circula una leyenda, ya que no es muy hablador: Parece ser que hace unos 25 años compró una de las escasas fábricas de reclamos para la caza en el Sur de Francia y que, de la noche a la mañana, paró las ventas a las tiendas de caza, germinando al mismo tiempo en su mente que "los reclamos también podrían valer para aprender y descubrir a los pájaros, imitando su voz para hablar con ellos".

De esta manera, después de varios años de estudio y dedicación, ha llegado a crear una colección de hasta 43 reclamos, algunos basados en los tradicionales y otros fruto de la innovación.

Después de conocer a Francis en nuestra tienda y hacernos una demostración con los reclamos, le pedimos una colección completa para nosotros y algunos de los más llamativos y conocidos para venderlos. Aprendimos a usarlos y estas demostraciones comenzaron a ser habituales en nuestras rutas, algo que a los clientes les encantaba.

En años sucesivos aprovechamos la feria de Biocultura para ir a ver a nuestro amigo Francis, con el que el resto del año nos relacionábamos por e-mail, y, hacerle algún pedido más, el último año nos sorprendió con una publicación que había hecho sobre los reclamos, en la que describía cada uno y su uso, y digo nos sorprendió porque nos había nombrado al describir uno de ellos, en concreto el del Trepador Azul, ya que un año antes le contamos como anécdota que lo utilizábamos para llamar al ganado cuando llegábamos a la finca y ya conocían el sonido. La verdad es que nos pareció todo un detalle que se acordara de nosotros, lo que no es difícil de entender, porque todo en Fancis es puro sentimiento.

Es por eso que (ya os dije que esto iba a ser largo) vamos a transcribir aquí literalmente la dedicatoria que realiza al principio de su libro a un personaje de campo. Yo siempre que lo leo "mojo el ojo" y se me pone la piel de gallina, pero creo que es uno de los relatos de naturaleza más hermosos que he leído en mi vida. Ahí va:

EL HOMBRE QUE QUERÍA LAS CANASTERAS.

"Desde las primeras horas del día, avanzábamos entra Albacete y los Montes de Toledo, con un calor ahogante... El objetivo de la tarde era el Parque Nacional de Cabañeros, en Toledo. Eran las dos y media y no habíamos comido... lo que, para dos franceses, aunque estuvieran en la mitad del sur de España era una hora tardía.

Apenas acabábamos de salir de Ciudad Real, con destino a Porzuna. De repente vi una gran golondrina pasando por encima del coche. Esa golondrina era demasiado grande para ser una golondrina.... grité a mi amigo Nico: ¡Mira! ¡ Es una canastera!

Vimos un camino a mano derecha y giramos.

¡Milagro! En esta llanura aplastada por el sol, ¡un árbol!, el único en 5 km. a la redonda, nos regalaba su sombra, oasis de frescura en medio del bochorno.

La gran golondrina no estaba sola. Se había reunido con otras. Era toda una bandada, al menos cincuenta aves volando, emitiendo ásperos y agudos reclamos, cazando insectos por encima de las tierras desnudas.

Nos habíamos instalado para comer y estaba mirando con el telescopio. de repente, a través de mis prismáticos vi una canastera posarse en el suelo y algo como un muñeco de peluche correr hacia ella y sacarle el insectito del pico: ¡un pollo!, luego otro, y otro más.....

-¡Nico!-, dije, -¡Es una colonia!-. De hecho, por casualidad, habíamos topado con una de las escasas colonias de reproducción de esta especie en España.

Para celebrar el acontecimiento y porque nada acompaña mejor la observación de las aves que un buen vino, abrimos allí, bajo nuestro árbol, un Ribera del Duero de 8,25 en la Guía Gourmets. ¡Merecido!.
Olvidamos las canasteras....

Escena en suma normal en el campo, un tractor estaba acercándose. Entonces, mientras estábamos anegándonos en la felicidad, entre un vino maravilloso y aves no menos maravillosas, vimos, literalmente horrorizados, el tractor entrar en la parcela de la colonia y empezar a arar......

De repente las canasteras se volvieron locas, gritando, dando la alarma, atacando al tractor, valor irrisorio frente a la determinación de la máquina agrícola.

No podíamos ver los pollos, escondidos por la nube de polvo que desprendía el tractor, pero podíamos imaginar el desastre... Y como las desgracias nunca llegan solas, se me volcó la botella del Ribera del Duero. La tierra reseca bebió el vino ávidamente y solo quedó en el suelo una mancha roja como la sangre de un polluelo despachurrado.

¿Qué hacer?. No podíamos quedarnos allí, mirando como se destruía la colonia ante nuestros ojos. El tractor avanzaba a toda velocidad, marcha atrás, girando, levantando una tempestad de arena y el furor de las canasteras... era cuestión de minutos...

Pero, ¿qué pueden decirle dos ornitólogos franceses a un campesino que labra legítimamente su campo?. ¿Cual es el peso de unas aves frente a los imperativos de la política agraria común?.

Basta de vacilaciones, hacía falta hacer algo....

Nos metimos en el coche y arrancamos a toda velocidad.

Cuando 15 segundos más tarde nos acercamos al tractor, él avanzaba precisamente hacia nosotros... Sin reflexionar, mi amigo Nico y yo corrimos a su encuentro... El tractor furioso se paró en seco y el rugir infernal de la mecánica se mezcló con la nube de polvo... Apocalypsis now....

La puerta de la cabina se abrió en medio del bochorno y sentí en mi cara el soplo fresco del aire climatizado, mientras que el ruido del motor estaba cubierto por la voz en grito de Dee Dee Bridgewater en la radio...

Escondido por el contraluz, el ruido y el polvo, oí a un hombre de voz fuerte gritar algo como -¿Qué pasa?-. Subí hasta la cabina para intentar una explicación torpe: -... aves protegidas... entre las más escasas y amenazadas de Europa... necesidad de protegerlas...colonia de reproducción... nidos... atropellados...-

El hombre, rústico y regordete, sorprendido de ver a un extraño turista subir sin avisar a su cabina, miró con asombro a aquel francés tan sorprendido como él... y prorrumpió en risa. Me dijo: -suba, suba, caballero, se lo voy a explicar, suba-. Así que subí. El tractor dio media vuelta y volvió a todo correr hacia la colonia. Las canasteras se volvieron locas otra vez. El hombre paró su tractor y me enseñó un pollejo cinco metros más adelante. No lo había visto, pero él sí. -Mira, - me dijo, -su madre viene a defenderlo-... y, en efecto, una canastera vino justo delante del parabrisas y se puso a gritar, encolerizada, enfurecida y aterrorizada a la vez. El hombre avanzó un poco más y la canastera se dejó caer al suelo simulando estar herida, como para desviar la atención de aquel gigantesco animal de rapiña, hecho de hierro y de furor.
El hombre siguió, - hay 17 nidos en la parcela, diez con tres huevos, siete con dos huevos. Los primeros pollitos ya nacieron hace quince días, pero unas parejas siguen empollando-... y diciendo esto, me enseñó una canastera sobre sus huevos. Otra vez yo no la había visto, pero él sí... Lo que sigue me dejó alucinado. El tractor dio marcha atrás hacia la canastera y sus huevos, y el hombre maniobró su enorme vehículo con una precisión increíble, y puso su monstruoso arado de acero brillante a menos de diez centímetros del ave para arar el suelo. La canastera, aterrorizada, pero valiente, no se movió de sus huevos... dos o tres marchas atrás más con el monstruo de 500 caballos y el entorno del nido quedaba totalmente arado... sin ningún perjuicio para el ave.

Así dimos juntos dos o tres vueltas al campo. Aquel hombre conocía todos los nidos, sabía todo de las fechas de puesta, de la salida del huevo, del número de pollitos, de su edad y dónde se encontraban...

Yo, que unos minutos antes pensaba ver desaparecer una colonia, estaba admirado, consciente de haber dado con una persona excepcional. Fue entonces cuando el hombre me preguntó -Usted me ha dicho que eran aves escasas, no lo sabía. En mi campo anidan todos los años-...

Así, ese campesino no sabía nada de la rareza de aquellas aves. De hecho, no sabía siquiera su nombre. Me dijo que tenía que arar su campo para limitar el brote de la mala hierba. Ya había pasado una vez hacía tres semanas y lo hacía igual cada año.

Me pareció que cuidaba a sus canasteras como a la niña de sus ojos, y que "nuestras" canasteras tenían en aquel hombre su mejor ángel de la guarda. Cuando se paró otra vez al borde del campo, añadió sencillamente -me daría lástima atropellar huevos o pollejos-.

Aquel día, en una comarca perdida de España, recibí una de las lecciones más hermosas de mi vida. Me la dio aquel campesino que, sin tener conocimientos peculiares respecto a las aves que tenía en su campo, las respetaba sencillamente porque respetaba la vida, conciliando la pasión por su oficio y la protección desinteresada de la naturaleza.

Me pareció que por su acción aquel hombre ganaba el perdón por todos los que perjudican la naturaleza. Tiene toda mi estima, y merece la admiración de todos.

Aquel hombre se llama Eugenio Talavera y vive en Pavón, Ciudad Real. Lo vimos mi amigo Nico y yo el 11 de junio de 2.001.

Le dedico este librillo."

Nosotros no hacemos más comentarios al respecto, vosotros podéis hacer los que queráis.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué bonita historia y qué bien contado. Ojala todos los agricultores fueran como Eugenio.
Desgraciadamente veo a diario en mi trabajo (soy ing. agrícola) que sólo muy pocos respetan los nidos de las canasteras